La mayor de Las Antillas, plaza fuerte para el turismo en el Caribe, cuenta con ofertas únicas que mezclan una riqueza histórica inigualable con el atractivo de opciones de recreación apoyadas en los tesoros de la naturaleza y las propuestas de sol y playa.

Precisamente, el cálido clima de la isla, con un invierno moderado y un verano dominado por las altas temperaturas, convierte casi en una necesidad el disfrute de un agradable baño de mar en una de las numerosas playas que surgen por doquier en la geografía cubana.

Unido al balneario de Varadero con su bien ganada fama a nivel mundial, existen alternativas como Santa Lucía, en la oriental provincia de Camagüey, convertida en una perfecta combinación de sol, arena, salitre y aguas transparentes.

Más de 20 kilómetros de playas conforman la oferta del sitio, transformado en una verdadera piscina natural gracias a la más extensa barrera coralina del país, la cual se acerca incluso a unos 200 metros de la costa y permitiendo así que la calma domine al mar en esa zona.

La formación de corales, localizada paralela a las costas de los cayos Sabinal, Guajaba, Cruz y Romano, muestra una línea continua de espuma que resguarda la variada vida animal de la zona.

Santa Lucía es también plaza fuerte del inmersionismo en Cuba, con 35 puntos de buceo que llevan en ocasiones a los restos de 27 barcos, algunos de ellos de la época del tráfico de oro hacia España y otros hundidos en las escaramuzas de la II Guerra Mundial.

A lo anterior se añade la riqueza patrimonial de la ciudad de Camagüey, con una historia que acumula ya 493 años desde su surgimiento en la época colonial hasta la actualidad.

Nacida bajo el nombre de Villa de Santa María del Puerto del Príncipe en la bahía de Nuevitas, fue trasladada al interior, junto a las márgenes del río Caonao, y luego a su actual localización, donde al iniciarse el siglo XIX pasó a ser llamada oficialmente Camagüey.

Denominada también "la ciudad de los tinajones", ostenta como elemento peculiar a esos enormes recipientes de barro cocido, utilizados siglos atrás para almacenar el agua de lluvia con destino al consumo humano y que ahora adornan jardines y parques.

La urbe muestra en la actualidad una mezcla de modernismo con historia, en un entorno donde las nuevas edificaciones se interrelacionan con aquellos atractivos históricos que brindan la personalidad a la urbe.

En efecto, las calles evidencian un comportamiento caprichoso de sus creadores, pues mantienen su trazo recto apenas en tramos cortos, para después tomar las más diversas orientaciones y conformar incluso triángulos o cerrarse en una de las innumerables plazas de la antigua villa.

El principal de esos espacios es el ahora llamado Parque Ignacio Agramonte, surgido ya en 1528 como Plaza de Armas y que mantiene su condición de núcleo de la estructura arquitectónica de la urbe a pesar de los cambios provocados por el paso del tiempo.

Más cercanos a nuestros días es el Teatro Principal – edificado en 1850 – abundante en mármol y cristal, en tanto el siglo XVIII dejó como legado la iglesia de La Merced, donde los visitantes tropiezan con un Santo Sepulcro elaborado en plata, la mayor pieza de ese tipo en el país.

La exuberancia de la flora cubana tiene su espacio en el Casino Campestre, el parque urbano más grande del interior del país, lugar ideal para la reflexión y el esparcimiento espiritual, poblado de estatuas que honran a personalidades de la historia nacional.